13/03/2022
Texto: Carles Batalla
Fotos: © Apple Corps. Ltd. / Disney / WingNut Films

El principal mérito de la miniserie ‘Get back’ de Peter Jackson es capturar en vivo y en directo los últimos coletazos de la mejor banda de la historia del pop-rock en enero de 1969.
Sesenta horas de filmación y 150 de audio que finalmente se han transformado en 468 minutos, es decir, casi ocho horas divididas en tres partes. El principal mérito de la miniserie ‘Get back’ de Peter Jackson es capturar en vivo y en directo los últimos coletazos de la mejor banda de la historia del pop-rock en enero de 1969. Más allá de habladurías y estrategias de la industria, vemos el modus operandi del cuarteto de Liverpool: Paul mandaba –por carácter y dejación de los demás y en ausencia de la figura paternal disciplinaria de Brian Epstein-, Ringo no abría la boca y parecía estar en trance pero pillaba a la primera todas las melodías, John iba a rachas al lado de una Yoko muda –excepto cuando se desgañitaba de manera incomprensible en alguna improvisación-, y George luchaba contra el ostracismo, hasta el punto de abandonar el grupo y volver con bríos renovados y sugerencias. Cada uno ya tenía en mente su carrera en solitario y se palpaba en el ambiente hartazgo en la convivencia, fobia a las giras -la que permitió aflorar su creatividad- y la alargada sombra del pasado y de una marca comercial tan potente que había desafiado la popularidad de Dios.
Una gozada asistir a la creación de futuros éxitos mundiales que nacían como esbozos titubeantes o experimentos, así como comprobar la destreza de todos al piano y los pinitos de Paul y John en la batería. El cambio de estudio de grabación –de Twickenham a Apple-, el consenso que generó la irrupción del joven teclista Billy Preston o la discusión sobre el lugar donde se debía celebrar un último concierto –inicialmente concebido como un show televisivo- acaparan la atención de un documental idóneo para el revival nostálgico, pero también para los jóvenes que se atrevan a abandonar la frivolidad del reguetón/trap y asumir la jerarquía de los Beatles.

«Get Back» es una pieza que es preferible dosificar e ir digiriendo en días distintos, no de un tirón.
La breve actuación en la azotea, entre la curiosidad de la gente y la preocupación policial, sirve de colofón a una pieza que es preferible dosificar e ir digiriendo en días distintos, no de un tirón. Que el “lugar de los hechos” sea casi siempre un estudio de grabación puede restar motivación a quienes no sean fans incondicionales de la banda, que la mayor parte del tiempo es capaz de olvidarse de las cámaras. Aparte de una buena camarilla de colaboradores -uno de ellos se encargaba de apuntar con lápiz y papel las letras-, cabe destacar el magnetismo de George Martin, gentleman en indumentaria y a la hora de repartir consejos desde un humilde segundo plano, así como de un jovencísimo Alan Parsons fogueándose como ingeniero de sonido.
Una suerte de ‘Gran Hermano’ musical pionero en el que podemos comprobar cómo el disco ‘Let it be’ no fue ningún trabajo metódico planificado a conciencia de manera cronológica sino un puzzle que alguien con mentalidad de márketing supo encajar a base de tomas más o menos convicentes. Entre versiones, revisión de material antiguo y canciones nuevas enteras se detectan hasta 124 temas distintos. Cualquier grupo vendería su alma al diablo para despedirse con perlas como ‘The long and winding road’, ‘Across the universe’, ‘Get back’, ‘Let it be’ o ‘Two of us’ e incluso poseer singles como ‘One after 909’, ‘I’ve got a feeling’ o ‘I, me mine’. Tal y como ha pronosticado la revista Rolling Stone, ”es un clásico instantáneo que los fans continuarán mirando durante años”. Volver a los Beatles es regresar donde perteneces, a las melodías con las que has crecido, a la madre que nunca falla.