08/03/2016
Texto por: Jordi Castellví
Fotos: © DreamWorks SKG Pictures / Universal Pictures / Scott Free Productions
«Una partitura de vigorosa fuerza, con unas lágrimas de melancolía y tristeza, un espacio para la tragedia, y un reflejo de la gloriosa grandeza de Roma».
Un suave viento nos conduce al pasado, Zimmer no arranca la partitura de una forma potente y heroica, al contrario, la melodía se deja caer suavemente transportándonos a muchos siglos atrás, retrotrayéndonos hacía una hostil antigüedad, que hasta cierto punto resulta inquietante. Unas severas cuerdas nos advierten de la oscura historia. La melancolía se deja notar ensalzando el recuerdo del hogar con una triste voz femenina. El punteo de una guitarra española nos presenta al protagonista, Máximo el Hispano. Seguidamente una leve percusión nos indica que el protagonista guarda sus recuerdos para sí y se prepara para la batalla. Empieza el tema heroico, los vientos y coros masculinos muestran la naturaleza noble y valerosa del general, con un cierto aire de respeto. La percusión y otra vez la guitarra nos devuelven al plano de la contienda, una sombría y profunda voz nos advierte del peligro. Nuevamente la guitarra nos prepara para la lucha y esto se reafirma con unas cuerdas que le dan una réplica airada, un latigazo de furia, cada vez se tornan más diabólicas y se le añaden vientos de igual intención. La música va aumentando su amenaza, el momento cada vez está más cerca, el sonido sube como un oleaje cada vez más fuerte. Unas trompetas inician la batalla…
«Zimmer quería mostrar la batalla como algo brutal y salvaje, pero también quería transmitir la idea de que esa barbarie estaba perpetrada por una sociedad que se consideraba la génesis de la civilización y la cultura.».
Lo que sigue a continuación es un despliegue orquestal considerable, la música entra en una farragosa lucha de notas, densa, violenta, reflejando, levemente, el caos de los soldados inmersos en la refriega. Con todos los instrumentos agolpándose los unos a los otros, la orquesta toca en plena ebullición y energía, se percibe como una masa de trompetas, tubas, trombones, violines, contrabajos, etc, rugiendo con bravura, vociferando consignas de guerra. En medio de esta «tormenta» acústica (que no por tormenta deviene en alboroto confuso y sin sentido), Zimmer trabaja la percusión introduciendo martilleos metálicos (un poco en la línea «Conan»), mientras los platillos marcan los golpes de efecto y los timbales acompañan al conjunto. Hacia la conclusión de la pieza, en lugar de terminar con una fanfarria final, Hans opta por desplegar una melódica voz acompañada de cuerdas. Él mismo explica que ese es un recurso para grandes momentos. Cuando hay imágenes tan colosales se puede permitir hacer una música suave, en contraposición con lo que se ve, de ese modo crea una especie de tira y afloja hipnótico que sublima el sentido de la batalla. Con esa voz femenina (de Lisa Gerrard), algo solemne y de agridulce triunfo, se cierra el corte «The Battle».
Estos tres temas introducen a la perfección lo que se va a desarrollar a lo largo de toda la obra, una partitura de vigorosa fuerza, con unas lágrimas de melancolía y tristeza, un espacio para la tragedia, y un reflejo de la gloriosa grandeza de Roma.
El sonido musical de esta composición tiene una textura ciertamente de antaño. A pesar de que Zimmer utilice sintetizadores y demás, la música tiene ese aire primitivo, como «de antes», pero no entendido en el sentido de que recuerda a las partituras de las viejas películas de romanos, sino que transmite esa sensación que hace que uno no pueda imaginarse este tema para un film enmarcado en otra época. No obstante Hans le imprime ese estilo «fresco» que le evita caer en lo obsoleto y esa audición moderna que le otorga una deliciosa contradicción. Pero las contradicciones no terminan aquí. Zimmer quería mostrar la batalla como algo brutal y salvaje, pero también quería transmitir la idea de que esa barbarie estaba perpetrada por una sociedad que se consideraba la génesis de la civilización y la cultura. Esa dualidad se insinúa en el tema del combate gracias a la utilización de un ritmo de vals en la estructura base (1,2,3; 1,2,3; 1,2,3), mezclado con una atronadora, y por momentos apabullante, descripción musical de la contienda, con unos vientos muy potentes y una gran profusión en la percusión.
En resumen, unos primeros cortes del compacto que, en el habitual estilo «Zimmeriano», se enlazan entre sí para una progresión sonora ininterrumpida, y que os meterá de lleno en la batalla, preparándoos para sentir la adrenalina de la arena del Coliseo.
Un comentario en “«Gladiator», análisis de la banda sonora compuesta por Hans Zimmer”