Los 3 primeros LP’s de… Eels

07/01/2022
Texto: Carles Batalla Ferran
Fotos: © Ann Giordano / DreamWorks Records

De izq. a dcha. y de arriba a abajo: Butch Norton (batería), Tommy Walter (bajo) y Mark Oliver ‘E’ Everett (voz y guitarra) en 1996. Foto: Ann Giordano.

El tópico del tormento interior como estímulo idóneo para la creatividad encaja perfectamente con la historia de Eels, el proyecto de Mark Oliver Everett cuyas vicisitudes de algún modo le señalaron como un “superviviente obligatorio”: en casa se encontró muerto a su padre ―un científico eminente―, la hermana se quitaría la vida tras una depresión mientras que una enfermedad le arrebataría a la madre. Siguió adelante como exorcismo terapéutico pero ese poso oscuro impregnaría sus canciones de freakies, agonía, desamor y rechazo, el mismo que generaron sus dos primeras cintas de cassette como solista pese a incluir trazos de singularidad. La trilogía inicial que viene a continuación es tan dispar como escurridiza a cánones, predicciones y encasillamientos.

«La trilogía inicial de Mark Oliver ‘Mr.E’ Everett (líder de Eels) es tan dispar como escurridiza a cánones, predicciones y encasillamientos.»

Beautiful Freak (1996)

Cualquier debut que se precie requiere un single con suficiente gancho comercial para noquear oídos y una melodía pegadiza o silbable. Si a ello se añade un videoclip susceptible de ser recordado ―la imagen en blanco y negro de Mr. E elevándose tras poner un vinilo― entonces la salsa queda ligada y los mismos que le negaron una oportunidad activaban cálculos y acciones de márketing desde el despacho. «Novocaine for the Soul» monopolizó el liderazgo de un álbum que va desde la simpática «My Beloved Monster», que acompañaría la película Shrek, hasta la marginación elitista de «Guest List» ―con solo de armónica―, pasando por los abusos que narra «Mental» o «Flower», cuya desnudez acústica es arropada por un sutil coro eclesiástico. Protocolos, uniformes y disciplinas son los enemigos que se van desafiando en una primera entrega editada por DreamWorks ―productora audiovisual de Spielberg― que se intuye como una primera jugada efectista de una partida táctica mucho más larga. Con la prueba del algodón del segundo disco, el que determina si la opera prima fue anticipo de genialidad o azarosa alineación de astros, si sonó la flauta o eran destellos de una orquestra en fase de despliegue y afinación.

Valoración global: **** (Muy adecuado para neófitos que quieran iniciarse en el grupo sin referencias o prejuicios).

 

Electro-Shock Blues (1998)

Si el título de su predecesor se centraba en la reivindicación del ‘bicho raro’ o el romanticismo del loser, este no deja lugar a dudas. Se trata de un historial médico al detalle sobre la estancia hospitalaria de su hermana ―cuyos dibujos ilustran el disco―, que no ahorra menciones escatológicas. «My name is Elisabeth, my life is piss and shit» canta en «Elizabeth on the Bathroom Floor» con realista crudeza. «Cancer for the Cure», «My Descent into Madness», «Going to Your Funeral” o «Hospital Food» añaden un barniz tétrico adicional al universo paralelo de los ingresados por problemas mentales. «3 speed» y, especialmente, «Climbing to the Moon», remueven de una manera tan íntima que cualquier palabra es morbo o destorbo. Mr. E escarba para propulsarse desde el pozo hasta el firmamento que ha alcanzado su hermana.

El fogonazo rockero «Last Stop: This Town», que finaliza casi en la canción de cuna que acaba siendo «Baby Genius», contiene una distorsión proporcional al trastorno sufrido. Como si Everett decidiera que la pena tiene un límite y que hay rincones y hombros más allá de las esquinas donde se ha desahogado, el terceto final invita a un sosegado optimismo. «Hate a lot of things but I love a few things, and you are one of them» recuerda en  «Ant Farm» y el terceto final formado por «Dead of Winter», «The Medication Is Wearing Off» y «P.S. You Rock My World» parecen indicar que si él ha podido superarlo y está en paz consigo mismo, el exterior también puede empezar a teñirse de rosa. Mr. E acepta el duelo y se despide con la conclusión «and maybe it’s time to live«.

Valoración global: ***** (Es comprensible que alguien lo perciba como una apelación a cortarse las venas pero si se empatiza y concibe cronológicamente, resulta un ejemplo de superación).

 

Daisies of the Galaxy (2000)

Después de la tempestad siempre resurge el sol: las heridas están ya lamidas y las costras más que resecas. Mr. E se reconcilia con la vida y la naturaleza para ofrecer quince canciones breves ―más de la mitad no llegan a tres minutos―, que destilan positivismo; quizás la más representativa sea «I Like Birds», popularizada en un anuncio televisivo. La tristeza anterior se vuelve belleza melancólica y de hecho esa será una de sus señas de identidad, con temas acústicos propios de cantautor en cuyo bucle acabará enrededado más adelante. En este sentido, y salvando las enormes diferencias estilísticas, algunos podrán creer que Mr. E hace como Manu Chao generando canciones con una base de acordes muy similares, casi idénticos o sospechosamente coincidentes. Seguramente por el peso de su mochila emocional, nunca permite que la alegría madure en euforia pero sí que genere ritmos festivos propensos a baile: «Tiger in My Tank» o «Mr. E’s Beautiful Blues», que se colocó como pista escondida. Se refuerza la autoconcepción de artista outsider y persona marginal ―más que marginado sin victimismos―. Daisies of the Galaxies es la resurrección justo antes de otro delicioso e imprevisto cambio de guion hacia sonidos más silvestres tal y como hizo REM con Monster.

Valoración global: **** (La ausencia de hits visibles le da homogeneidad y resta atractivo. Transición entre el decaímiento de temas casi imperceptibles hacia los decibelios desenfrenados y alma de garaje de Souljacker).

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